17 de agosto de 2011

A todos fuck you por igual


Hay gente cuyo deporte nacional, por inercia, es  joder al prójimo. Si es que ya lo decía mi abuelo “La gente, hija, está por dar por culo”. Y algo de razón tenía el hombre. Simplemente, disfrutan con ello. Claro, teniendo en cuenta que  es la única vía de escape que poseen, capaz de saciar la sed de una vida nefasta y monótona caracterizada por la soledad de sus propias entrañas, todo queda más explicado.  Es del rollo, “como a mí me van mal las cosas, te jodo a ti, a ver si así te van aún peor”. Nos abomina la felicidad del otro, y más aún, si consideramos que “el otro” en cuestión, es un tipo que lo tiene muy fácil en la vida,  no se  merece lo que tiene, o tan sólo, creemos que es un gilipollas por obra y espíritu santo de nuestra propia decisión.

Me caracterizo por ser una persona ajena a  los problemas y enemiga de las broncas, aunque si me buscas me encuentras. Como buena territorial que soy defiendo lo mío sin piedad ni misericordia. Soy independiente y valoro mi autonomía como oro supremo: más vale estar sóla que mal acompañada. Es por ello que  me gusta ir a mi rollo y abogo por la tolerancia empática como método  básico de convivencia.  Sin más, confraternizo con el lema: vive y deja vivir. Aun así, y a pesar de todo esto, soy especialista en cruzarme con sanguijuelas emocionales que a costa de tu vital existencia se ponen gordas y lechonas mientras chupan y chupan, sin parar,  hasta dejarte sin una gota de ánimo ni de aliento. Y es un tema que me cansa.

Quizás soy una héroe naranja, elegida al azar, cuya  misión en esta vida es la de enfrentarme a todos estos hijos de mal habidos y por haber,  y darles un buen escarmiento. No me gusta que me consideren imbécil, y la hipocresía la odio por encima de todas las cosas. De ahí que siempre intento ser fiel a mis principios, y si tengo que hacer algo por muy raro que parezca, o por mucho que vaya en contra mío lo hago.  Me importa lo que digan los demás, pero determinados otros. No vivo para la gente. Yo vivo para lo mío y los míos.

Ahora bien, no soy ningún yeti, ni ningún monstruo de las cavernas. Todo lo contrario. Soy una chica normal. Con su vida, su trabajo, su familia, su pareja y sus historias. No tengo problemas en simpatizar y congeniar con el mundo. Y por norma general, caigo bien. Aparentemente todo es recíproco. Cuando conozco a alguien,  la otra parte  coincide en mi presunción inicial. 

El problema viene, cuando sin saber cómo, por qué, y cuándo, empiezas a percibir unas ondas magnéticas de carácter negativo y mofo que atentan gravemente contra tu persona, por parte de la parte contraria. Y tú te dices ¿qué invento es este? (Frase mítica de la famosísima Sara Montiel. Diva por naturaleza)  No me puedo creer que Ataulfa  haya hecho lo que ha hecho. Pero como buena samaritana que eres, tratas de conceder el beneficio de la duda, de manera que haces oídos sordos y sigues con la mayor dignidad posible p’adelante. Te niegas a creer lo que has visto… pero después de tres días de ceguera auto convencional: ¡ZAS!, y no en toda la boca, sino en toda la cara.  Una nueva  estaca de punta de metal posa clavada en tu bonita sien. ¿Quién la ha lanzado? Adivina, adivinanza…que seguro que aciertas.  El caos mental que tienes es impresionante y la tristeza que te asola devastadora. 

A lo largo de mi rica vida he saboreado la misma situación una, dos, tres y hasta millones de veces.  El acto de joder por joder está presente en nuestras vidas más de lo que pensamos o creemos.

Incluso, cuando la gente va de cobarde y  decide machacarte tras disfraces de papel de fumar, me repatea. Es decir, esa manada de animales de bellota que se dedica a hacer nicks falsos a lo justiciero, perfiles de twitter ocultos, y trollear a lo “toca pies”,   como cuando teníamos  15 años en… ¿qué mundo viven? ¿Hello Kitty les ha abducido el cerebro, o qué? Es que llegan a ser tan patéticos que piensan ¿que no sabemos quiénes son? Sin duda alguna, todo un insulto a mi inteligencia humana. 

Y qué decir de esos otros, que te putean hasta la médula y luego se permiten el lujo de llamar o escribir a tu pareja, a tu hermana, o incluso a tu perro como si fueran amig@s de sangre para proponerles planes absurdos y pasados de onda ¡Qué gente más trápala! 

Hoy lo tengo más claro que nunca,  a todos aquellos que pretendéis hacer daño por el mero hecho de hacerlo os digo una cosa: a todos FUCK YOU por igual.

12 de agosto de 2011

Daisy


Se llama Daisy, y rumba conmigo desde hace cuatro años. Es singular y desde que la vi en aquel escaparate cuadrado,  marcado por huellas de mano, lo supe. La descubrí por casualidad, como se hallan y llegan las cosas, de manera natural y espontánea. Si buscas no encontrarás, y si no buscas serás encontrado.

Habían abierto una pequeña tienda de animales en mi anterior barrio, cerca de Llucmajor. Y como curiosa empedernida que soy no pude evitar la tentación dejarme caer por allí. Y… Oh Voilà: ¡ahí estaba ella! Quieta como una estatua de naturaleza divinizada mientras miraba solemne todo aquello que acontecía fuera de su jaula de cristal. No me lo pensé dos veces y sin sopesar los pros y los contras, ni titubear un instante dije: me la llevo. Pero para mi desgracia no fue así. El chico de la tienda la tenía reservada a una familia con hijos que justamente la pasaban a buscar esa misma tarde.

Sin saber por qué establecí un vínculo de unión con aquella bola peluda de color gris jaspeado. Y seguramente por ello, me pasé todo el puñetero día pensando en ella, al mismo tiempo que me sentía cabizbaja por saber que ya nunca la podría tener. Era como si mis ilusiones se acabaran de despedazar en fragmentos. Reconozco que soy una impaciente en potencia, es por ello, que cuando las cosas no me salen tal y como yo quiero…mi cerebro se pone en estado de óbito.

Llamé a mi hermana San, y tras contarle lo que me había pasado ella misma me animó a que volviera a ir a la tienda. Yo me excusaba diciendo que me daba vergüenza, y que seguramente ya la habrían vendido…pero gracias a su persuasión accedí. Así que nada más despertar al día siguiente,  me faltó tiempo para que  mis patitas saltimbanquis corrieran hacía mi destino. Y…¡Ohhh noooo! Ella seguía allí. 

Me comentó el dependiente que finalmente la familia no había pasado a buscarla, por lo que entendía que habían desistido en su empeño. Rápidamente, le hice sacarla de allí. La alcé, la miré y la apretujé torpemente,  y desde entonces, sólo cabe decir que ella siempre ha estado conmigo. Desde que la vi, supe que estaríamos juntas. Y espero que así sea por mucho tiempo.

Daisy es tan inusual como especial. Actualmente son 5 los hijos peludos que tengo, junto con mi pareja. Incluso Bubble, el más pequeño de la familia, un Scottish Fold puro, de cabeza redonda y  orejas plegadas, es una  monada donde las haya, pero a pesar de ello no consigue robarle a Daisy el trono de mi corazón. Reconozco que es mi debilidad animal, porque la de humana, se la lleva Susie Pop.

Físicamente me parece preciosa. Sus ojos redondeados de color miel intenso, sus orejas simétricas, su carita armoniosa, su pelaje desenfadado, su cola de aspecto plumier, son piezas de puzzle que encajan todas ellas a la perfección.

Como no podía ser  menos su carácter señero también es de honorífica mención. Y aunque ella no lo sepa, yo sólo sé que  le agradezco su compañía en los duros momentos de soledad a los que me he enfrentado, las sonrisas que me ha robado sin ánimos de poder regalarlas, la lealtad demostrada por dormir a mis pies noche tras noche, la  graciosidad de su arte por esa forma hacer patitas encima de mi barriga,  el ímpetu de su carácter primitivo y cazador, su contorneo de diva afamada, su maullido corto y delicado, y sus miles de atributos más, que sin duda alguna, la convierten en “the one”.

10 de agosto de 2011

Recuerdos


Quería dejar de ser quien era. Había llegado un momento en él que ya no le importaba perder una  identidad asfixiante que la ahogaba y agriaba al mismo tiempo. No encontraba motivos de peso para seguir guardando en los recovecos de su memoria  recuerdos que un día le habían pertenecido.

 Habían pasado los años, y con ellos había aprendido a aceptar que estaba sola. Aunque no era fácil digerirlo y  muchas eran las veces en que la realidad de su entorno se le antojaba amarga y grisácea. Con frecuencia lloraba en soledad, y justo cuando el pecho se le desgarraba sin compasión y la respiración le comenzaba a flaquear,  su cabeza minada quedaba en blanco. Por fin,  aquel dolor desalmado, remitía lentamente. Lo triste es que nadie lo sabía.  Todos la consideraban una chica  temperamental, de soberbia autoritaria,  y  amiga de la bronca fácil. Pero por suerte, nunca había acabado creyéndose aquella realidad distorsionada. Conocía sus defectos tan bien como sus virtudes. Claro que no era una santa, ni tampoco pretendía ser beatificada en un futuro, pero las cosas nunca eran tal y como los demás pretendían que fuesen. ¿Qué sabían ellos de su vida?  ¿Realmente la conocían? Prejuzgar era fácil, y en mentalidades marujas cebadas por la envidia más.  Si se enteraran de tantas cosas que había hecho y muy pocos conocían, estaba segura,  que aún aquellos que hablaban de ella, presumiendo conocerla de primera mano, acabarían quemándose por la propia ceguera de su incredulidad. Atrevida ignorancia la de sus detractores.

 Lo que tenía claro, es que fuera como fuese, el  tema era peliagudo. Todo esto había acabado convirtiéndose en una extensa herida que impertérrita se había tatuado con su piel.   No sentía el amor que merecía, y sabía que nunca lo sentiría. Por su parte la escisión era evidente. Había aprendido a ser tajante al respecto y mantenerse en una posición fría y cortante, con estas personas.  Si no recibía, no daba. Su bondad existía, pero solo aquellos que la valoraran la saborearían. Era un mecanismo de autodefensa, sin más.  

Se dio la vuelta y marcó sus nudillos en la almohada, al mismo tiempo que  cerraba los ojos intentando conciliar el sueño. Las horas pasaban y tenía que madrugar.  La operación era temprano y era conveniente que estuviera descansada.

 Había aceptado someterse a un ensayo de estudio sobre el Alzheimer  que consistía en la inserción de un micro chip, justo en el epicentro, del lóbulo central del cráneo. Ese aparatillo tenía el poder de resetear un cerebro humano en cuestión de segundos, al mismo tiempo que le transfería una nueva identidad. Se trataba de un intercambio de datos donde se reemplazaban recuerdos viejos por recuerdos nuevos.  De esta manera, ya no sería quien era y su identidad quedaría relegada al olvido de  la inexistencia. Por fin su mente obedecería a nuevos instintos,  nuevos sabores,  nuevos impulsos, y lo que más le alegraba, nuevos recuerdos.

Las probabilidades de éxito eran mínimas. Le habían advertido de los riesgos existentes y la muerte era una de ellos. Pero estaba decidida. En caso de morir, ella siempre ganaría, por fin ya no podrían volver a juzgarla aquellos quienes tanto le habían negado.

9 de agosto de 2011

Reflexión


Voy a empezar a creer que soy bruja de verdad, y además con talento. Tal y como vaticinaba ayer: el tsunami llegó, devastó, y se marchó. Ya le vale. Podría haberse  quedado en su cueva sin dar por saco a nadie.

No entiendo porque a veces puedo llegar a ser tan absurda. Y por mucho que conozco la práctica, la teoría me falla mucho. Y cuando digo mucho, es MUCHO, MUCHO. Ayer discutí con Trocito de manera sobrenatural. No fue una simple discusión, no. Fue una oda, en toda regla,  a la exaltación del enfado. 

Todo empezó de la manera más tonta. Y sin saber por qué acabó de la manera más dramática posible. Con lo fácil que hubiera sido recular a tiempo. Pero claro, ¿a buenas horas mangas verdes? me lo digo. 

Me sentí incomprendida y sin el apoyo que hubiese esperado recibir,  y eso provocó que me hiciera enana. A veces va a tener razón mi hermana con llamarme “pulgui”. Mucha polvorilla la mía, pero no dejo de ser más simple que una línea recta y más vulnerable que Aquiles sin su talón de hierro…

A raíz de ahí empezó la discusión. Dijimos barbaries, que si pienso ahora mismo me parecen gilipolleces sin sentido, y me daría un par de tortas por no haber sido capaz de parar aquello a tiempo.  Trocito es la persona de mi vida. La quiero muchísimo. Con ella soy feliz. A su lado me pongo el mundo por montera, me rio del resto, me da igual lo que digan, piensen o hablen. Sólo me importa que yo soy feliz, ella me quiere, y yo la quiero. No hay más. Es mi mundo y el suyo. Me siento mal por dejar lastimar todo ese imperio que tengo y que no es nada fácil construir. ¿Por qué tengo que ser tan ceporrona a veces? 

Realmente, no entiendo la facilidad del ser humano por destruir todo aquello que nos hace feliz. Es como si nos negáramos el derecho a la vida, el derecho a la felicidad. Y en consecuencia,  tengamos que pasar los días de nuestra existencia entera martirizándonos  por nuestras penitencias y limpiando nuestros pecados. Voy a empezar a creer que Dios existió, porque no entiendo nuestro afán sufridor por la expurgación mental  y el flagelamiento físico. 

No quiero, ni puedo permitirme más estos errores garrafales. Y hoy empieza mi cambio. Trocito es mi mundo, y no se merece que la trate así. La pido perdón, porque yo también soy culpable. Claro que sí. Tengo pronto, pero humildad también. Y ni ella, ni yo, nos merecemos estos arranques temperamentales llenos de gritos y palabras sin significado que se clavan como cristales afilados. Primero, por lo que nos queremos,  y segundo por nuestra relación. 

No soy ingenua. Y se, que esto no quiere decir que no vayamos a discutir nunca más. Ojalá. Pero discutir es algo banal que todo el mundo hace. Incluso necesario, para cambiar muchas perspectivas erróneas. Pero lo que sí prometo es que no pienso caer en la torpeza de obviar  a la persona que tengo delante. Enajenarla y verla como un rival maléfico que lucha en contra de mí, se acabó. Ella es ella y me lo ha demostrado muchas veces y es hora de ir haciendo frente a la metralla de las heridas del pasado. Yo no quiero perder la oportunidad de mi vida, por los miedos de siempre. Yo soy diferente, siempre lo he sabido.  Y  las memeces se las dejo a quién las quiera.

Sólo puedo decir que la amo,  que trataré de mejorar día tras día a su lado, y que no quiero más felicidad que la nuestra.  Por nosotras.

8 de agosto de 2011

Lunes

Tengo la sensación de que en breve se avecinará un tsunami o algo por el estilo. Los días son plomizos e inquietantes y siento un movimiento amargo que revolotea a mi lado en cada paso que doy. Por suerte con Trocito todo funciona OK. No podría permitirme que algo no fuera como tiene que ir con ella. Hoy por hoy, me considero adicta declarada de su droga,  y no son pocas las veces, que la siento como un apéndice propio de mi existencia. 

Alcatraz huele a incertidumbre extraña desde hace días. Personalmente, creo que Alcatraz es la crónica de una muerte anunciada. ¡El barco se hunde!  Aunque los jefes guardan una calma asombrosa al respecto. También es cierto, que mis jefes son una especie de dandis frikis, embelesados por la tecnología y abducidos por la innovación, sin reparos en buscar nuevos focos de inversión y expansión, en caso de que el actual no les sea todo lo rentable que calcularon, gracias a sus equipos de última generación y “App” de hora punta. Está claro, que aquí  los únicos perjudicados seriamos los alcatraces (he decidido llamar así a todos aquellos que estamos dominados por el reino de Alcatraz) que tendríamos que emigrar con nuestras desdichas a otros aposentos.

Parecemos marionetas poseídas y entrenadas para un único fin: vivir por y para Alcatraz. A veces estar aquí roza la paranoia y la obsesión, y vivir en un gueto es algo que no va conmigo.  No me siento identificada con las ideologías sectarias que ahora mismo respiro, y mi Dios no es otro que creer en mi misma.

No suelo equivocarme, y creo que después de agosto tendría que empezar a movilizarme al respecto, e intentar abrirme paso en nuevos horizontes profesionales. Ya no por lo que creo que terminará pasando, sino por intentar ser  feliz, algo que a nivel laboral nunca he conseguido ser.

En fin…estamos a lunes, y no es mi fuerte empezar la semana con motivación. Es evidente. En el fondo tengo una lógica aplastante que me caracteriza...

Cambiando de tema: hoy toca visita con la doctora. Me da algo de pereza ir y más desde que Susie Pop anda como una loca haciendo pedidos de fimo y no puede acompañarme.  No porque me de palo ir sola al médico, sino porque es menos rato el que hoy estaremos juntas.

Hoy me he agobiado muchísimo con la dieta y el dinero. Estuve haciendo cuentas de lo que me tengo que comprar esta semana y 100 € no me los quita nadie.  Cierto es, que en 22 días ya he perdido 5kg. Y si hacemos un balance la 5kg son muchos kilos para 22 días. Pero como soy una tremenda impaciente, me sentiría mucho mejor si esos 5kg fueran 7kg. Creo que esta crisis remitirá. Por normal general me dan crisis de mucho tipo: existenciales, de agobio, de miedo… y hoy me ha tocado la de la desesperación por el puto dinero.  Está claro que no hay dos sin tres, y cuando no es una cosa es otra la que nos hace sentirnos algo más pequeños de lo que en realidad somos…

Como dice una canción de Mürfila  “quiero ser rica y famosa…así que MONEY, MONEY, MONEY pa la Nena”

5 de agosto de 2011

19 días y 20 noches


19 días y 20 noches son las que ya llevo a dieta. Es increíble la facilidad del cuerpo  para acostumbrarse a los cambios. 

Dicen que el ser humano es un animal de costumbres, de ahí, a que a la mayoría  de nosotros nos de miedo cambiar y probar nuevos horizontes. Nos tranquiliza lo conocido, y nos asusta lo desconocido. Pero en mi caso, he de reconocer, que mi mente y mi cuerpo siempre se han adaptado a las nuevas situaciones, por muy extremas que hayan sido. Claro, que todo tiene un proceso y no es inmediato. 

El caso es, que de momento llevo bastante bien la dieta. Cierto, que he tenido momentos de debilidad en los que me han apetecido comer otras cosas. Leñe, ¡humana soy! Y después de casi un mes comiendo los mismos compuestos alimenticios, a diario…pues una también se cansa. Pero han sido pensamientos banales pasajeros. Ni por un solo momento he tenido los temidos atracones de ansiedad que siempre he padecido, y durante años. Yo era de esas que comienzan una dieta. La primera semana genial, pero de repente, un día, no muy lejano,  comía una patata frita o una palomita. Justo ese momento, marcaba el comienzo de mi catástrofe personal. Mis neuronas se ponían en pie de guardia, haciéndome sentir culpable por ello, hasta que finalmente acababa devorando la bolsa de patatas o el bol de palomitas entero, como un animal desmelenado y hambriento, y diciéndome a mí misma: ¡a la merde con todo, y a la dieta más!

Esta mañana me pesé y oh la la…por fin la báscula me dio una agradable sorpresa: 57.700 kg. ¡Ya veo el 7! Me emocioné tanto que subí las escaleras de la cama, con mis chanclas naranjas de goma puestas (tengo la fijación de no quitármelas nunca) y le hice a Trocito el bicho bola. Haciendo recuento, después de 19 días, y de pasar por una ovulación intensa que me hizo estar estancada en el mismo peso una semana entera (mis hormonas son de le peor), he perdido 4.5kg. Jajajaja, río de felicidad. 

Hoy mismo he estrenado una camiseta Popera, de color rosita a topos negros, que me regaló Trocito en Granada. Y para mi sorpresa, me iba grande. Cuando me la compré me quedaba más arrapada que otra cosa, y hoy, después de casi tres semanas de dieta me hacía bolsas por todas partes. ¡Qué pasada! Para compensar el efecto saco me he puesto mi broche en fieltro de Naranjita, cortesía de Trocito. Con lo monísimo que es todas las miradas irán a parar a él y no a mi camiseta.

Conclusión: la dieta funciona. La sensación de hambre desparece. Tu cuerpo se regula, haciéndote sentir mejor y más segura de ti misma. Ahora bien, has de tener constancia y fuerza de voluntad, nadie dijo que el camino hacia las rosas estuviera ausente de espinas. Y es una dieta cara, muy cara, donde la comida la pagas a precio de mina…”Los polvos del oro”

4 de agosto de 2011

De todo un poco

Llevo días sin escribir, pero es que últimamente los días pasan a la velocidad del rayo.  Y desde que me he enganchado a la serie True Blood, más. Lo admito y reconozco: soy un poco “gore", sin medidas ni límites, y tengo más que comprobado que cuando descubro algo que me gusta, quiero saciar mis ansias de curiosidad de una sentada y a lo grande. Así que todos los minutillos extras que consigo sisearle al día, los aprovecho para ver a “Sookie y Bill en la Maison de l’amour”. Mira que soy romanticona empedernida…Y extremista también.

Estamos a jueves y solamente me queda hacer un sprint final para poder tocar el finde con las manos. Este sábado Trocito y yo por fin vamos a la playa. ¡Tengo unas ganas locas! Ya no sólo por la mentalidad carbónica, de este país,  de ponerte más negra que un conguito, sino porque la playa es sinónimo de frescura, vitalidad, naturaleza, tranquilidad, paz… Ir a la playa es un ritual donde abres tu mente a las puertas del positivismo. De hecho, me encanta esa sensación de sentarte en la orilla del mar con las piernas estiradas, mientras los soplos de brisa chocan contra tu cara, y las olas salpican tu cuerpo de abajo a  arriba. Mmmm ¡es genial! Si por mi fuera lo consideraría uno de los regalos patentados de la vida. 

El martes fue el cumpleaños de Susie Pop. Ya ha llegado a la trentena y espero que siga sumando por muchos años más, y que,  por descontado,  yo esté a su lado para poderlo, ver, disfrutar y compartir.

 Yo llevo tan mal esto de envejecer y cumplir años. No me gusta nada. Y por mucho, que estoy hasta los faralais,  de escuchar el dicho de: “peor sería no cumplirlos…” una servidora no se hace a la idea que va para arriba como los pinos, y que cada vez ha consumido más tiempo de su vida. Algunos pensarán que soy fatalista, yo lo considero realista. Desde que naces no haces otra cosa que aprender a morir, y está claro que en este punto ni un ritual oficiado con flores de Katmandú conseguiría abrir mis chacras más radicales al respecto.

Mi regalo consistió en unos billetes de avión para ir a Londres dentro de tres semanas, y el “kit conexión” del Ipad. También el día de actos fuimos a merendar a una cafetería del casco antiguo, algo pasada de precio pero muy puesta en modas trendy. Aparte tenían galletas Carlotas y ya por eso era especial. Aunque como sigo a dieta me tuve que conformar con una esmirriada infusión a la menta.

 Me hubiera gustado sorprenderla con algo más, o hacerle algo mucho más emotivo: rollo fiesta sorpresa a lo yanqui, pero ni el tiempo, ni el dinero me lo han permitido. Ella dice que cantarle el cumpleaños feliz como yo se lo canto, no tiene precio, y que no hay nada más especial que eso…en definitiva, todo se me queda pequeña para ella…