2 de diciembre de 2011

No limits...



Le faltaban lágrimas. Tantos años de fluencia por sus mejillas, habían hecho su mella. Había perdido la capacidad de llorar, porque su organismo ya no era hábil para procesar el lloro. Se trataba de un  mecanismo de defensa, adoptado, tras muchas horas de  experimentación en vivo. ¡Hasta para llorar había que tener fuerzas  y valentía!  y las suyas habían sido mermadas por completo.  Lo positivo es que ya no volvería a ahogarse en vida por su propio llanto.

 Ahora,  la mecánica era la siguiente: se sentaba debajo de la ventana de la habitación de matrimonio, recogía su cuerpo sobre sí mismo en un eje abombado y  apoyaba su cabeza cabizbaja sobre sus antebrazos. Era entonces, donde en ese hueco de oscuridad vivía su amargura sin escondites, luchaba contra su dolor, y razonaba su incomprensión.

Una vez más  su hermana se la había vuelto a jugar. Habían sido tantas las ocasiones en que lo había hecho. Pero aquella vez era diferente, quizás porque el límite rebosaba en su borde.

La relación con ella siempre había sido enfermiza. Siempre, y más bien por parte de su hermana con ella, que no,  de ella con su hermana. Aunque era consciente de que las cosas siempre se podían hacer mejor de lo que se hacían, y ella también había sido partícipe de esa vinculación putrefacta que mantenía con su hermana.

No había sabido anudar fuertemente los hilos de aquella relación para que no se rompieran, y ahora era esa relación la que la desgarraba a ella. Se encontraba sumergida en un círculo vicioso del que no era capaz de salir, y el fruto es que  ahora pagaba las consecuencias rotas  de ese tormento por encima  de su vulnerabilidad y fragilidad. 

Había decidido darse una tregua a sí misma. Estaba claro que el resultado vaticinador de todo aquello no tenía muy buen color. Las crisis de ansiedad, los escalofríos nocturnos, las ausencias de respiración, la pérdida de control, y  los miedos repetitivos  cada vez eran más pronunciados. Y lo peor de todo es que la tristeza que la contaminaba de pies a cabeza, marchitaba cada uno de los poros de su piel. 

Se jactaba ella cuando escuchaba por parte de su hermana o familiares la famosa cancioncilla de “me va a dar algo”. ¿Y a ella?  - se decía para sí misma-. Pero claro, ella durante 29 años había sido considerada  un complemento familiar, más que un ser humano.  Había aprendido a no sentirse culpable por pensar así, estaba claro que si lo sentía era porque algo había provocado ese sentimiento. Algo, que evidentemente  no dependía de ella a 100%.   Todo, en la vida,  tenía consecuencias, y cualquier acción era el resultado de otra previa.

Nadie se había molestado en conocerla lo más mínimo. Era consciente de que las personas con las que había crecido y en especial con la que había jugado, reído, llorado y compartido su niñez, la consideraban un monstruo depredador al que había que aniquilar fuera como fuese. 

Faltaban 10 minutos para que el reloj marcara las 15 de la tarde. Hacía sol y la temperatura era cálida para aquellos meses de invierno. Cogió su maleta Samsonite y la rellenó apresuradamente. Los bolsos, los zapatos, las camisas vintage. 

Quería seguir viviendo y era lo que iba a hacer, se lo debía a sí misma. Renunciaba a todo, por hallar su felicidad. Una nueva identidad la esperaba: cambiaría de país, de look, de nombre, de forma de vida, de pasado.  Nadie más volvería a saber de ella porque iba a desaparecer por arte de magia. 

Sin más, iba a morir para empezar a vivir. Paradójico pero cierto. Quería dejar de ser ella, y por eso,  ella a partir de ese mismo momento no existía. No podía explicar lo que sentía, y si lo hubiera intentado muchos la hubieran tachado de loca, pero lo que si tenía claro es que una obligación de hacerlo le imperaba por encima de todo. Era la misma sensación fisiológica  y física de cuando necesitamos beber por sed, o el pantalón nos aprieta demasiado el estómago, y necesitamos arrancar el botón de un tirón.

Llevaba tiempo detrás de una organización de estraperlo que se encargaba de estos asuntos. Hipotecaría su vida sin consciencia alguna, con tal de saldar la deuda económica  que estaba a punto de contraer con ellos, pero ya no había marcha atrá, y el fin justificaba los medios.

Los rayos de sol se posaban sobre su cabello cobrizo.  Respiró hondo. Sacó el Iphone 4 y marcó:
-Hi,  Andree? I’m going to the airpot. I want to do it…

2 comentarios:

  1. Me maravilla tu forma de escribir. Te admiro tanto, de cerca y de lejos. Mi pequeña gran escritora... me fascinas...
    Que digo yo que... ahora que has terminado la dieta podríamos mirar un fondo chulo ( y cambiar el de los pasteles ) para este Diario de una Naranjita, verdad? incluso hacerte una cabecera chula...

    Un abrazo.

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  2. Pues si, me gustaría mucho.

    La verdad es que este ya no pega, no?

    Gracias por tus palabras y tu apoyo.

    Un besote grande!

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