12 de agosto de 2011

Daisy


Se llama Daisy, y rumba conmigo desde hace cuatro años. Es singular y desde que la vi en aquel escaparate cuadrado,  marcado por huellas de mano, lo supe. La descubrí por casualidad, como se hallan y llegan las cosas, de manera natural y espontánea. Si buscas no encontrarás, y si no buscas serás encontrado.

Habían abierto una pequeña tienda de animales en mi anterior barrio, cerca de Llucmajor. Y como curiosa empedernida que soy no pude evitar la tentación dejarme caer por allí. Y… Oh Voilà: ¡ahí estaba ella! Quieta como una estatua de naturaleza divinizada mientras miraba solemne todo aquello que acontecía fuera de su jaula de cristal. No me lo pensé dos veces y sin sopesar los pros y los contras, ni titubear un instante dije: me la llevo. Pero para mi desgracia no fue así. El chico de la tienda la tenía reservada a una familia con hijos que justamente la pasaban a buscar esa misma tarde.

Sin saber por qué establecí un vínculo de unión con aquella bola peluda de color gris jaspeado. Y seguramente por ello, me pasé todo el puñetero día pensando en ella, al mismo tiempo que me sentía cabizbaja por saber que ya nunca la podría tener. Era como si mis ilusiones se acabaran de despedazar en fragmentos. Reconozco que soy una impaciente en potencia, es por ello, que cuando las cosas no me salen tal y como yo quiero…mi cerebro se pone en estado de óbito.

Llamé a mi hermana San, y tras contarle lo que me había pasado ella misma me animó a que volviera a ir a la tienda. Yo me excusaba diciendo que me daba vergüenza, y que seguramente ya la habrían vendido…pero gracias a su persuasión accedí. Así que nada más despertar al día siguiente,  me faltó tiempo para que  mis patitas saltimbanquis corrieran hacía mi destino. Y…¡Ohhh noooo! Ella seguía allí. 

Me comentó el dependiente que finalmente la familia no había pasado a buscarla, por lo que entendía que habían desistido en su empeño. Rápidamente, le hice sacarla de allí. La alcé, la miré y la apretujé torpemente,  y desde entonces, sólo cabe decir que ella siempre ha estado conmigo. Desde que la vi, supe que estaríamos juntas. Y espero que así sea por mucho tiempo.

Daisy es tan inusual como especial. Actualmente son 5 los hijos peludos que tengo, junto con mi pareja. Incluso Bubble, el más pequeño de la familia, un Scottish Fold puro, de cabeza redonda y  orejas plegadas, es una  monada donde las haya, pero a pesar de ello no consigue robarle a Daisy el trono de mi corazón. Reconozco que es mi debilidad animal, porque la de humana, se la lleva Susie Pop.

Físicamente me parece preciosa. Sus ojos redondeados de color miel intenso, sus orejas simétricas, su carita armoniosa, su pelaje desenfadado, su cola de aspecto plumier, son piezas de puzzle que encajan todas ellas a la perfección.

Como no podía ser  menos su carácter señero también es de honorífica mención. Y aunque ella no lo sepa, yo sólo sé que  le agradezco su compañía en los duros momentos de soledad a los que me he enfrentado, las sonrisas que me ha robado sin ánimos de poder regalarlas, la lealtad demostrada por dormir a mis pies noche tras noche, la  graciosidad de su arte por esa forma hacer patitas encima de mi barriga,  el ímpetu de su carácter primitivo y cazador, su contorneo de diva afamada, su maullido corto y delicado, y sus miles de atributos más, que sin duda alguna, la convierten en “the one”.

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