10 de agosto de 2011

Recuerdos


Quería dejar de ser quien era. Había llegado un momento en él que ya no le importaba perder una  identidad asfixiante que la ahogaba y agriaba al mismo tiempo. No encontraba motivos de peso para seguir guardando en los recovecos de su memoria  recuerdos que un día le habían pertenecido.

 Habían pasado los años, y con ellos había aprendido a aceptar que estaba sola. Aunque no era fácil digerirlo y  muchas eran las veces en que la realidad de su entorno se le antojaba amarga y grisácea. Con frecuencia lloraba en soledad, y justo cuando el pecho se le desgarraba sin compasión y la respiración le comenzaba a flaquear,  su cabeza minada quedaba en blanco. Por fin,  aquel dolor desalmado, remitía lentamente. Lo triste es que nadie lo sabía.  Todos la consideraban una chica  temperamental, de soberbia autoritaria,  y  amiga de la bronca fácil. Pero por suerte, nunca había acabado creyéndose aquella realidad distorsionada. Conocía sus defectos tan bien como sus virtudes. Claro que no era una santa, ni tampoco pretendía ser beatificada en un futuro, pero las cosas nunca eran tal y como los demás pretendían que fuesen. ¿Qué sabían ellos de su vida?  ¿Realmente la conocían? Prejuzgar era fácil, y en mentalidades marujas cebadas por la envidia más.  Si se enteraran de tantas cosas que había hecho y muy pocos conocían, estaba segura,  que aún aquellos que hablaban de ella, presumiendo conocerla de primera mano, acabarían quemándose por la propia ceguera de su incredulidad. Atrevida ignorancia la de sus detractores.

 Lo que tenía claro, es que fuera como fuese, el  tema era peliagudo. Todo esto había acabado convirtiéndose en una extensa herida que impertérrita se había tatuado con su piel.   No sentía el amor que merecía, y sabía que nunca lo sentiría. Por su parte la escisión era evidente. Había aprendido a ser tajante al respecto y mantenerse en una posición fría y cortante, con estas personas.  Si no recibía, no daba. Su bondad existía, pero solo aquellos que la valoraran la saborearían. Era un mecanismo de autodefensa, sin más.  

Se dio la vuelta y marcó sus nudillos en la almohada, al mismo tiempo que  cerraba los ojos intentando conciliar el sueño. Las horas pasaban y tenía que madrugar.  La operación era temprano y era conveniente que estuviera descansada.

 Había aceptado someterse a un ensayo de estudio sobre el Alzheimer  que consistía en la inserción de un micro chip, justo en el epicentro, del lóbulo central del cráneo. Ese aparatillo tenía el poder de resetear un cerebro humano en cuestión de segundos, al mismo tiempo que le transfería una nueva identidad. Se trataba de un intercambio de datos donde se reemplazaban recuerdos viejos por recuerdos nuevos.  De esta manera, ya no sería quien era y su identidad quedaría relegada al olvido de  la inexistencia. Por fin su mente obedecería a nuevos instintos,  nuevos sabores,  nuevos impulsos, y lo que más le alegraba, nuevos recuerdos.

Las probabilidades de éxito eran mínimas. Le habían advertido de los riesgos existentes y la muerte era una de ellos. Pero estaba decidida. En caso de morir, ella siempre ganaría, por fin ya no podrían volver a juzgarla aquellos quienes tanto le habían negado.

2 comentarios:

  1. Naranjita! qué hallazgo tu blog. Lo que he leído me encanta. Sigue expresándote, que aquí estaremos atentos al otro lado para leerte.

    Besos

    pepi

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  2. Muchas gracias Pepita Bonita!!!

    Yo sigo tu blog desde el primer día. No tienes nada que envidiar porque en él brillas con luz propia.

    Besos

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