4 de agosto de 2011

De todo un poco

Llevo días sin escribir, pero es que últimamente los días pasan a la velocidad del rayo.  Y desde que me he enganchado a la serie True Blood, más. Lo admito y reconozco: soy un poco “gore", sin medidas ni límites, y tengo más que comprobado que cuando descubro algo que me gusta, quiero saciar mis ansias de curiosidad de una sentada y a lo grande. Así que todos los minutillos extras que consigo sisearle al día, los aprovecho para ver a “Sookie y Bill en la Maison de l’amour”. Mira que soy romanticona empedernida…Y extremista también.

Estamos a jueves y solamente me queda hacer un sprint final para poder tocar el finde con las manos. Este sábado Trocito y yo por fin vamos a la playa. ¡Tengo unas ganas locas! Ya no sólo por la mentalidad carbónica, de este país,  de ponerte más negra que un conguito, sino porque la playa es sinónimo de frescura, vitalidad, naturaleza, tranquilidad, paz… Ir a la playa es un ritual donde abres tu mente a las puertas del positivismo. De hecho, me encanta esa sensación de sentarte en la orilla del mar con las piernas estiradas, mientras los soplos de brisa chocan contra tu cara, y las olas salpican tu cuerpo de abajo a  arriba. Mmmm ¡es genial! Si por mi fuera lo consideraría uno de los regalos patentados de la vida. 

El martes fue el cumpleaños de Susie Pop. Ya ha llegado a la trentena y espero que siga sumando por muchos años más, y que,  por descontado,  yo esté a su lado para poderlo, ver, disfrutar y compartir.

 Yo llevo tan mal esto de envejecer y cumplir años. No me gusta nada. Y por mucho, que estoy hasta los faralais,  de escuchar el dicho de: “peor sería no cumplirlos…” una servidora no se hace a la idea que va para arriba como los pinos, y que cada vez ha consumido más tiempo de su vida. Algunos pensarán que soy fatalista, yo lo considero realista. Desde que naces no haces otra cosa que aprender a morir, y está claro que en este punto ni un ritual oficiado con flores de Katmandú conseguiría abrir mis chacras más radicales al respecto.

Mi regalo consistió en unos billetes de avión para ir a Londres dentro de tres semanas, y el “kit conexión” del Ipad. También el día de actos fuimos a merendar a una cafetería del casco antiguo, algo pasada de precio pero muy puesta en modas trendy. Aparte tenían galletas Carlotas y ya por eso era especial. Aunque como sigo a dieta me tuve que conformar con una esmirriada infusión a la menta.

 Me hubiera gustado sorprenderla con algo más, o hacerle algo mucho más emotivo: rollo fiesta sorpresa a lo yanqui, pero ni el tiempo, ni el dinero me lo han permitido. Ella dice que cantarle el cumpleaños feliz como yo se lo canto, no tiene precio, y que no hay nada más especial que eso…en definitiva, todo se me queda pequeña para ella…

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